Había una caja como de zapatos y la Maga de rodillas puso el disco tanteando
en la oscuridad y la caja de zapatos zumbó levemente, un lejano acorde se instaló
en el aire al alcance de las manos. Gregorovius empezó a llenar la pipa, todavía
un poco escandalizado. No le gustaba Schoenberg pero era otra cosa, la hora, el
chico enfermo, una especie de transgresión. Eso, una transgresión. Idiota, por lo
demás. Pero a veces le daban ataques así en que un orden cualquiera se vengaba
del abandono en que lo tenía. Tirada en el suelo, con la cabeza casi metida en la
caja de zapatos, la Maga parecía dormir.
De cuando en cuando se oía un ligero ronquido de Rocamadour, pero
Gregorovius se fue perdiendo en la música, descubrió que podía ceder y dejarse
llevar sin protesta, de legar por un rato en un vienés muerto y enterrado. La
Maga fumaba, tirada en el suelo, su rostro sobresalía una y otra vez en la sombra,
con los ojos cerrados y el pelo sobre la cara, las mejillas brillantes como si
estuviera llorando, pero no debía estar llorando, era estúpido imaginar que
pudiera estar llorando, más bien contraía los labios rabiosamente al oír el golpe
seco en el cielo raso, el segundo golpe, el tercero. Gregorovius se sobresaltó y
estuvo a punto de gritar al sentir una mano que le sujetaba el tobillo.
—No haga caso, es el viejo de arriba.
—Pero si apenas oímos nosotros.
—Son los caños —dijo misteriosamente la Maga—. Todo se mete por ahí, ya
nos ha pasado otras veces.
—La acústica es una ciencia sorprendente —dijo Gregorovius.
—Ya se cansará —dijo la Maga—. Imbécil.
Arriba seguían golpeando. La Maga se enderezó furiosa, y bajó todavía más el
volumen del amplificador. Pasaron ocho o nueve acordes, un pizzicato, y
después se repitieron los golpes.
—No puede ser —dijo Gregorovius—. Es absolutamente imposible que el tipo
oiga nada.
—Oye más fuerte que nosotros, eso es lo malo.
—Esta casa es como la oreja de Dionisos.
—¿De quién? El muy infeliz, justo en el adagio. Y sigue golpeando,
Rocamadour se va a despertar.
—Quizá sería mejor...
—No, no quiero. Que rompa el techo. Le voy a poner un disco de Mario del
Mónaco para que aprenda, lástima que no tengo ninguno. El cretino, bestia de
porquería.
Rayuela, Capítulo 28. (Julio Cortázar)
Vídeo de stand1989
El problema de la solución: Que puede tirar TODA la casa...... con los tímpanos del vecino cabrón destrozados, eso si.... :-D
ResponderEliminarY la casa de al lado, también. jejejeje
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