Entrevista en el diario El Mundo:
Escultor, neurólogo, humorista y director de escena, Jonathan Miller (1934) es hombre muchos oficios y muchas vocaciones. Hace unos años dijo que no volvería a la ópera, pero ahora regresa al Coliseum de Londres de la mano de 'La Bohème', una obra que reinterpreta despojándola de algunos clichés. Poco antes del estreno, habló con elmundo.es de Puccini, Mortier, las divas y el Teatro Real.
Pregunta. ¿Por qué una 'Bohème' ambientada en los años 30?
Respuesta. Las obras de Puccini están a caballo de los dos siglos, pero se podría decir que Puccini es ya un hombre del siglo XX y pensé que la historia sería más cercana al espectador si se la acercábamos unos años en el tiempo. No situándola en el mundo actual pero sí pasándola a los años 30. La música de Puccini siempre la relaciono con imágenes. Por ejemplo, cuando dirigí 'Tosca' situé la obra en la Roma de 1943, basándome en la película de Rosselini 'Roma, cittá aperta'. Mi leitmotiv ahora son las imágenes de Brassai y de Cartier-Bresson, que te dan una idea muy precisa sobre la estética de los habitantes de los cafés parisinos de los años 30.
P. ¿Le gusta más Puccini que otros autores?
R. No demasiado. A mí no me interesa demasiado una ópera hasta que la hago. Yo nunca voy a la ópera.
P. ¿De verdad?
R. Pues no. Por eso me siento un 'outsider' en este mundo. Y supongo que es algo bueno. Si eres parte de la ópera, haces óperas como siempre se han hecho. Si eres un 'outsider', estás menos comprometido con la ópera y más con la vida real y tu trabajo tiene que ver más con la vida real. Yo no soy un experto en ópera. Nunca voy a la ópera y ni siquiera sé leer un pentagrama, pero sé cómo hacer que la ópera funcione.
P. ¿Cómo?
R. Modelando los personajes, el escenario y la ambientación. Cuando un autor ha situado una ópera en su propio periodo histórico, en mi opinión uno debe representarla en ese periodo. Cuando el compositor la sitúa en la antigüedad, como ocurre con tantas obras de Verdi, supongo que uno tiene margen suficiente para actualizarla. No hacerlo provoca algo que odio. Lo que yo llamo 'turismo sedentario'. Esos escenarios exóticos y grandilocuentes al estilo de Zefirelli. Algo en lo que no estoy en absoluto interesado y que me repele. A mí no me interesa el montaje. Me interesan los personajes y su conducta.
P. ¿Cree usted que hay que salvar a la ópera de los amantes de la ópera?
R. No lo sé. Desde luego, yo no me siento el depositario de ninguna misión semejante. Soy un aficionado. Un aficionado que ha hecho óperas durante varias décadas, que está interesado en historias reales como las de Emma Bovary o Anna Karenina y que intenta lograr que sus producciones sean tan reales como esas historias.
P. ¿Cómo son los personajes de su 'Bohème'?
R. Son una especie de niños de papá que juegan a ser bohemios pero que carecen de cualquier cualidad artística. Jóvenes que son quizá los hijos de un hombre de negocios y se han tomado un par de años sabáticos para vivir en un mundo que no es el suyo.
P. ¿Es usted duro con los cantantes?
R. No lo creo. Les dejo hacer lo que quieren. Si diriges bien y creas una atmósfera, lo demás viene solo. No tienes que decirles lo que tienen que hacer. Les sale solo. Con los cantantes ocurre lo mismo que con tus hijos o con tus nietos. Es mejor no decirles lo que tienen que hacer porque no te hacen caso. A los cantantes hay que recordarles en todo caso cosas que aprendieron un día y hoy tienen olvidadas y hacerles olvidar aquéllas que nunca debieron haber aprendido.
P. ¿Es ésta su última ópera?
R. Siempre creo que será la última. Hay muchas que todavía me quedan por hacer pero está acercando el final. Ya sabe, tengo 75 años.
P. Pero tiene cosas en mente.
R. Sí. La cuarta producción de 'La Traviatta' en Nueva York y una reposición de 'La Pasión según San Mateo' de Bach.
P. ¿Le ha ayudado en su carrera teatral y operística su condición de médico?
R. Por supuesto. El diagnóstico de un médico depende en ocasiones de una observación sutil de la conducta humana. Una tarea que en mi opinión es común a los grandes autores de la literatura, que siempre tienen la capacidad para describir nuestras actividades más triviales. Sobre todo si uno la compara con la muerte.
P. ¿Cree que la ópera es un arte moribundo?
R. No es desde luego un arte floreciente, desde luego. En los viejos tiempo, Rossini y Donizetti compusieron decenas de ellas, pero creo que hay óperas modernas que sí seguirán interpretándose dentro de 100 años.
P. ¿Se plantea dirigir en Madrid, ahora que el Teatro Real tiene nuevo director artístico?
R. No porque no creo que yo le guste a Mortier. No soy lo suficientemente moderno. Él prefiere a tipos como Robert Wilson.
P. ¿Qué quiere decir?
R. No soy moderno en la manera que él lo es. A él le va la ópera conceptual. Una especie de virus del sida cultural que se ha extendido en los últimos años por la ópera y el teatro y que consiste en hacer montajes basados en conceptos. Yo no sé lo que son los conceptos. Yo sólo tengo pequeñas ideas y formas de contar cómo se comportan las personas. Pero la gente como Mortier o Robert Wilson no pueden soportar que Verdi o Puccini les roben el protagonismo. Creen que su trabajo es más importante que el del autor. No creo que Mortier piense que yo formo parte del mundo moderno. Querrá que ponga monitores de televisión en el escenario.
Jonathan Miller, es un viejo conocido del público valenciano puesto que, Le Nozze y el Don Giovanni (catastrófico) del Palau de les Arts, han llevado su firma.
Para los que no conozcan sus puestas en escena, he aquí unas muestras:
La nueva producción de La Bohème para la ENO:
Otra producción de Bohème, en este caso en la Opera Bastille, en 1995 con Alagna y Vaduva:
La Clemenza di Tito de Zurich, en 2005 con Kasarova:
Il Barbiere di Siviglia. producción del Met. Cantan DiDonato y Mattei:
O el Tamerlano handeliano, de la Halle con Pinnock a la batuta:
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